LA ETERNA LUCHA ENTRE LA “DOXA” Y LA “EPISTEME”
- Diana Urrego
- 12 nov 2015
- 17 Min. de lectura

Juan de Dios Urrego Gallego
Docente de la Especialización en educación especial con énfasis en CAA. UPN.
“Recientemente y desde muchas partes, se ha empezado a hablar dé, nuestra época como de una nueva Edad Media. El problema es si se trata de una profecía o de una constatación. Dicho de otro modo: ¿hemos entrado ya en la Nueva Edad Media o, como lo expresa Roberto Vacca " ¿vamos al encuentro de una próxima Edad Media inminente"? La tesis de Vacca se basa en la degradación de los grandes sistemas típicos de la era tecnológica que, demasiado vastos y complejos para ser coordinados por una autoridad central y también para ser controlados individualmente por un aparato directivo eficiente, están condenados al colapso y, por interacciones recíprocas a producir un retroceso de toda la civilización industrial"
HUMBERTO ECO
I
Dispongámonos a repasar algunas de las luchas, que desde la Edad Media ha librado el pensamiento científico (“doxa” V.S. “episteme”) en aras de la de-mostración y el método experimental. Enfrentamientos que aún se libran y persisten enconadamente contra los nuevos profetas del eclecticismo, ortodoxos de nuevos "ismos", algunos de los cuales siguen siendo fieles a la loca piromanía medieval, purificadora a fuego lento de los espíritus superiores, que nada tienen' que ver con la "fe loca” o con el "temor y el temblor" del pensamiento kierkelgardiano, y menos con aquellos que afirman encontrar contradicciones en el seno de la nada. Pero al mismo tiempo constatemos si el espíritu medieval es así como permanece o si es que realmente, no sólo permanece, sino que se está fortaleciendo amenazadoramente y nos está lanzando a reverenciar nuevas biblias y nuevos maestros sacralizados que desde su púlpito arremeten contra buena fe del espíritu científico, el experimento y la de-mostración base de todo concepto válido epistemológicamente.
II
Si se trata de mostrar, quien mejor lo hace es la Naturaleza. Ella, en su majestuosidad, muestra los fenómenos de tal manera que son comprensibles y explicables por algunas formas que toma el sentido común (“doxa”) expresado histéricamente por espíritus dogmatizados que niegan la función de los sentidos como inicio del conocimiento y creyendo que es la culminación de él. Pero cuando se alcanza la mayoría de edad intelectual, (“episteme”) observamos que cada fenómeno está inscrito en algún lugar de la Naturaleza, que los fenómenos no se dan por fuera de la realidad, que además son expresiones específicas de la movilidad de la materia en el espacio y en el tiempo, movilidad de-mostrable en su cantidad y en su calidad y posible de ser expresada por las leyes más generales de la naturaleza, en un lenguaje matemático y estadístico. Y lo mejor de todo esto es que esos fenómenos están insertos en La realidad mucho antes que nosotros en la vida, llegando ya explicados y consolidados como saber absoluto devenido de arcanos librescos o de autoridades "científicas" que ‑responden a nuestra ignorancia con voz tronante, amenazadora y maldiciente, lo que nos obliga a tener que defender nuestro espíritu investigativo, de los ataques y. de los obstáculos que se le interponen para llegar a la ciencia, y esto a costa de violentar las normas humanas y las mismas leyes de la Naturaleza.
III
Así pasó ayer y así sigue pasando. Y si hay variaciones, son tan tenues y tan pequeñas, que la tonalidad no se distorsiona. En un comienzo, el establecimiento del cristianismo y la iniciación de la teología, detuvo por más de mil quinientos años el progreso de las ciencias naturales. La causa de esta represión fue doble: en primer lugar se creó una peregrina idea que contrariaba la búsqueda de la verdad en la naturaleza misma. Se deducía del Nuevo Testamento que el fin del mundo estaba próximo; que el Juicio Final se acercaba y que la naturaleza toda sería destruida. Por esto se da la aparición del monacato y el desarrollo del misticismo que al buscar la salvación del alma copó el pensamiento que sobre la naturaleza y la realidad debería darse. Era esto una evidencia del poder de la “doxa” impuesta desde el sentido común con acciones dogmáticas.
La creencia sobre el fin del mundo y el juicio final aparece frecuentemente a lo largo de la época medieval, más dominante eso sí, durante los primeros mil años de la era cristiana. En el siglo III, Lactancio y Eusebio (anacoretas) desprecian los estudios astronómicos; Pedro Damian, el notable canciller del papa Gregorio VII, declara en el siglo XI que todas las ciencias mundanas son "absurdas” y “necedades".En estos momentos la “episteme” no se asoma y si loase es perseguida y prohibida. Aquí el pensamiento científico se frustra, se detiene.
Además se estableció una norma patrón, a la que toda investigación científica que pretendiera luchar contra este pensamiento, tenía que plegarse a la “doxa” , norma que más bien favorecía a la magia que a la ciencia, ya que resultaba ser un candado dogmático y rígido sacado de la interpretación literal de las Sagradas Escrituras Judeo‑cristianas. Las inducciones y las de-mostraciones más cuidadosas, extraídas de la experiencia, eran despreciadas y negadas al ser contrastadas con cualquier punto de vista sobre la naturaleza que fuera fundamentado en cualquier aseveración o sugerencia, presentes en algún poema, crónica, código, apólogo, mito, leyenda o alegoría que hubiera tenido la suerte de aparecer en una literatura convertida en sagrada, que se mostraba, por ende con suficiente autoridad.
Transcurrieron los mil años y el "fin de los tiempos" no llegaba. La Iglesia y el sentido común, poco a poco fue alargando el tiempo del fin del mundo. Así en los siglos XII y XIII, se produjo una renovación del pensamiento, de modo que las fuerzas de la teología y las de la ciencia parecieron alinearse para su encuentro. El fervor se revitalizó y nuevos espíritus investigadores comenzaron a surgir, el experimento y la demostración irrumpía con buenos efectos, una nueva metodología, basada en la experiencia y no en el sentido común se abría paso contra la “doxa” teológica y eclesiástica.
Es a esta altura de la Edad Media, cuando el padre dominico Alberto de Bollstadt, más conocido como Alberto Magno, hace su aparición como el sabio más destacado de su tiempo. Aunque ligado a los métodos de investigación escolásticos, implementa otros partiendo del experimento y la de-mostración. Por ello se le considera como uno de los precursores de la ciencia de la física y, en general, del saber sobre las ciencias naturales; ayudó a cimentar el conocimiento sobre la botánica y la química; planteó la posibilidad de vida en el hemisferio opuesto al conocido y habitado. Otros espíritus también inquietos iban sobre estas novedosas pistas metodológicas y sobre esta nueva manera de estudiar la naturaleza.Es decir avanzaban y con ellos la ciencia en la construcción de una metodología científica que permitiera investigar problemas reales de la naturaleza y la sociedad. Parecía que la “episteme” iba ganado la lucha contra la “doxa”.
Pero he aquí que el viejo sistema investigativo fundamentado en la deducción de la verdad científica partiendo de, los textos bíblicos o sacralizados, resurgió con violencia en un nuevo desarrollo de la teología. El mismo Alberto Magno, tuvo que enfrentarse a las autoridades de la Orden de Predicadores que había sido fundada por santo Domingo de Guzmán, quienes lo consideraron sospechoso de herejía y hechicero. Sólo cediendo ante el espíritu eclesiástico (“doxa”) de su época pudo escapar a la persecución trabajando finalmente dentro le los cauces teológicos y con el método escolástico de asombrar mostrando las cosas y los fenómenos como sobrenaturales, pues no podía, le tenían prohibido, dar argumentos explicativos de los fenómenos de la naturaleza, es decir debía alejarse de la “episteme” y así salvar su propia vida.
Para acabar, de manera casi definitiva, con la de-mostración y el método científico que ya nacía, tuvo que llegar un coloso del pensamiento teológico: es en el siglo XII cuando surge Tomás de Aquino y cuando su obra, La SUMMA Teológica, se coloca al lado de la Biblia. Fue este dominico el que levantó la más resistente barrera contra la “episteme” y contra aquellos científicos e investigadores que en ese siglo y en los siguientes trabajaron para abrirle camino a la ciencia desde la epistemología G con métodos propios y para sus propios fines.
El método experimental ( el método científico), habla sido iniciado ya. Alberto Magno y Roger Bacon habían trabajado e investigado de acuerdo a sus procedimientos. Pero Santo Tomás de Aquino consagró todos sus esfuerzos y todo su pensamiento a poner a la ciencia bajo el dominio de los métodos teológicos Y del control eclesiástico. En sus comentarios al tratado de Aristóteles sobre “Los cielos y el mundo", presento un notable ejemplo de lo que su método, basado en la “doxa”, sería capaz de producir, ilustrando todos los daños que surgen al combinar los razonamientos teológicos y la interpretación literal de la Biblia con hechos científicos. Así su obra permanece hasta nuestros días corno un monumento del genio científico pervertido por la teología, lograr encontrar como lograr confundir el pensamiento basado en la “doxa” con el pensamiento científico basado en la “episteme”.
Tomás de Aquino logra la alianza entre el pensamiento científico y el pensamiento religioso, echando las bases para una “ciencia santificada". Esto significó un deplorable retraso en la evolución del pensamiento científico lo que ha dado resultados desafortunados tanto para el espíritu, a veces renovador de la Iglesia como para el desarrollo de la ciencia. La ruta teológica, se convirtió en ruta única de la ciencia durante varios siglos y alejó al mundo más y más de todo hecho fructífero y de todo método útil para el conocimiento científico. Por espacio de mil doscientos años las mentalidades rectoras de Europa consideraron a la ciencia como algo sin sentido, fútil y encauzaron la corriente de pensamiento hacia el sacrificio del cuerpo y la salvación del alma de las llamas del infierno y de los poderes de Satanás.
La segunda causa que ayudó a detener el desarrollo del pensamiento científico al no valorar la de-mostración y la argumentación científica, fue la idea, mantenida en toda la Edad Media, de que la ciencia es peligrosa y por consiguiente, el científico, el investigador.
Se pensaba que él estudioso, el sabio o el inteligente, tenía poderes mágicos por que veía en la naturaleza, fenómenos que otros no podían. La magia fue clasificada como "negra”, cuando acarreaba enfermedades y la muerte de hombres y animales, y "blanca" cuando curaba las enfermedades, para hacer llover o divertir. Esto era así hasta la llegada del cristianismo. Con la nueva manera de observar el mundo y de interpretarlo como obra perfecta y sobrenatural, se produjo un cambio. La idea de la intervención activa de Satanás en la magia y en el mal y aún en lo Santo (hay que recordar que ni Jesucristo se libró de las tentaciones del Demonio), penetró en la mente de la Iglesia más conservadora. Fue .por esto que uno de los primeros actos de Constantino el Grande, después de su conversión, fue promulgar leyes severas contra la magia, los alquimistas y los médicos, según los cuales éstos podían ser quemados vivos. Había entre sus ordenes la de destruir los pequeños "laboratorios" donde se hacían experimentos y se observaban los fenómenos naturales. Se afirmaba que en los hornos, y en los rudimentarios utensilios de trabajo, habitaba el Diablo.
Esta severidad persecutoria fue en aumento y llegó a amenazar los más sencillos esfuerzos intelectuales realizados en la física y en la química de tal manera que los conocimientos sobre las ciencias naturales y sobre, las matemáticas sembraban el terror y presagiaban el peligro. El horror a esta primera forma mágica de la ciencia y el temor a la brujería fue creciendo. En el año 1317 el papa Juan XXII promulgó su bula “Spondent pariter”, dirigida contra los alquimistas asestando a la vez un duro golpe a los principios de la ciencia de la química: declara que los hechiceros y los alquimistas pueden incorporar demonios en los espejos y anillos y matar a hombres y mujeres pronunciando una palabra mágica; que han tratado de matarlo, en nombre del Demonio, pinchando con agujas una reproducción suya hecha en cera. Por lo tanto, Juan XXII, exhorta a los inquisidores y a todas las autoridades seculares y eclesiásticas a perseguir a estas hijos del Diablo, pues ni pensar que podían ser hijos de Dios. Es esta una buena muestra del poder de la “doxa” puesta al servicio del pensamiento sumido en el sentido común. El miedo a la ciencia, a los conceptos y conocimientos construidos con una metodología y unos conceptos y categorías básicas, era tal que por poco heredamos una vida como la que se dio en la Edad Media.
Este impulso, dando a tan pueriles temores y al odio contra la observación, el experimento y la investigación de la naturaleza, habría de sentirse por muchos siglos; la ciencia de la química, por ejemplo, fue vista como una de las "siete artes diabólicas”.
IV
Además, la conciencia del sentido común religiosa y eclesiástica de la época creo y alimentó la idea de que todo científico era brujo y, aprovechando sus poderes, promulgó la acusación indiscutible que todo hombre que comenzaba a sentir el deseo de estudiar las obras de Dios a manera de un primer paso para estudiar la realidad, celebraba un pacto con Satanás. Como resultado natural de todo esto, el Papa Alejandro III (Concilio de Tours), prohibió en 1163 a los eclesiásticos el estudio de la "física o de las leyes del universo" a costa de ser excomulgados.
Pero el espíritu científico no se deja vencer del tan fácilmente. Fue con Roger Bacon que este perseveró en el recto sendero de la verdad científica. Se enfrentó a todas las prohibiciones eclesiásticas y civiles, violentó las normas humanas e inició el estudio de la naturaleza partiendo de la observación, y del método experimental (empirismo), validando la de-mostración en el método inductivo. Tres siglos ante si de que Francis Bacon preconizara el método experimental, lo practicó Roger Bacon cuyos resultados hoy nos asombra. Su obra “Opus Majus” iguala en claridad, orden y brillantez al “Nuevo Organon” de Francis Bacon.
A Roger Bacon se le debe la apertura del camino del pensarniento científico fundado en el experimento y la de-mostración, camino que conduciría al más rápido desarrollo de la inventiva. Roger Bacon, directa o indirectamente inventa los relojes, los lentes y los espejos ustorios; en sus escritos encontramos fórmulas para extraer el fósforo, el manganeso y el bismuto. Se dice que investigó la energía y la presión del vapor y que se acercó mucho a enunciar los primeros postulados de la química moderna. Más debe tenerse en cuenta que su método de investigación es mucho más valioso que sus resultados. En una época en que se pensaba que sólo la especulación y el método de "disputatio" (disputa) teológica podía conferir el título de sabio, insistió con la inducción, con la de-mostración, con el razonamiento sobre los fenómenos señalando la gran ayuda que podían prestar las matemáticas al estudio de la naturaleza; en una época en la que quien se dedicaba a la experimentación comprometía su fama y arriesgaba su vida, insistió en el método experimental desafiando todos los riesgos.
Sobre este valiente de la razón, de la “episteme” que superó el sentido común, cayó lo más depurado del pensamiento medieval, la “doxa”. Se le atacó y se le condenó principalmente porque creía que la filosofía especulativa estaba agotada y porque estaba convencido de la necesidad de reflexionar filosófica y epistemológicamente sobre la forma y las manera como se construye el conocimiento científico, se le condenó, según sus mismos oponentes, “a causa de enseñar ciertas novedades sospechosas".G
En el año 1250, Roger Bacon, fue atacado crudamente por el teólogo franciscano, San Buenaventura, consentido teórico de la Iglesia y uno' de sus más encarnizados enemigos. Cuando a mediados del siglo XIII, San buenaventura es nombrado General de la Orden franciscana y siendo Roger Bacon uno de su comunidad, le negó el derecho a la cátedra, le impidió ser docente en el año 1257; a todos los hombres se les previno para que no escucharan, y se le ordenó ir a París para quedar sometido a la vigilancia de las autoridades monacales y eclesiásticas. Es este un ejemplo, entre mil, de la suspicacia que genera el sentido común y la “doxa”, respecto a la enseñanza de las ciencias y una muestra más de lo que alimenta el pensamiento medieval: abozalar la razón, perseguir a los científicos y atacar el pensamiento científico e investigativo.
Además, no se le permitía explican sus descubrimientos científicos, ni a Bacon ni a los demás investigadores de la época; por ejemplo, que el fenómeno del arco iris en el firmamento es el producto de leyes naturales y de la luz solar en las nubes, pues estaba claro que no se podía contradecir a la Biblia, pues en ella se leía que el Espíritu Santo había inspirado al 'autor a escribir que el "arco puesto en las nubes" era un "signo sobrenatural con el cual se aseguraba que nunca más iba a haber un fin del mundo con diluvio universal.[1]
V
La arremetida llegó a la fase final. Las dos grandes Ordenes Religiosas franciscanos y dominicos, recién fundadas, rivalizaron una contra otra, para combatir la nueva modalidad de pensamiento investigativo en las ciencias de la física y de la química. Santo Domingo, condenó solemnemente la investigación científica por medio del experimento y la observación. En 1243, se le prohibió a los padres dominicos el estudio de la medicina y de la filosofía natural, y en 1287 la prohibición se extendió al estudio de la química.
Pero a despecho de tales persecuciones, no faltaron pensadores amantes de la ciencia que siguieron practicando el método experimental y buscando verdaderas formas de de-mostración y de “episteme”. El camino estaba trazado y el experimento irrumpió como algo valioso para desarrollar nuevos métodos de investigación útiles para el avance del conocimiento científico y el triunfo de la “episteme”. Se presagiaba un gran adelanto en la ciencia.
La cuestión no se dio como se preveía. Con semejante guía metodológica que partía de la realidad, las autoridades seglares y seculares se mostraron naturalmente rigurosas. Carlos V de Francia prohibió en 1380 la posesión de hornos y aparatos necesarios para experimentar y observar fenómenos químicos; bajo esta ley el químico Jean Barrillon fue enviado a prisión, y sólo con grandes esfuerzos y con ayuda solidarla, pudo salvar la vida. En Inglaterra, Enrique IV, dictó en 1404 un decreto similar y de reforma educativa que impedía practicar el experimento. En Italia, la república de Venecia, hizo lo mismo en 1418. En España fue aplastado todo lo que se pareciera a la investigación científica. De modo que enfrentarse a esta forma de pensar fue excesivamente peligroso aún mucho tiempo después de terminar la Edad Media.
La apertura del pensamiento científico y del método científico, en este ambiente retardatario del sentido común y de la “doxa”, religioso y teológico, fue tenaz. Parecía que cualquier esfuerzo científico e investigativo en toda Europa era sofocado, sin embargo persistió el pensamiento científico, como hecho asombroso de la historia, protegiéndose como podía de la “doxa”, persistiendo en el estudio de las ciencias naturales. Así, por ejemplo en Italia, en la «última mitad del siglo XVI, encontramos a Giambattísta Porta venciendo los obstáculos que le colocaban al espíritu científico los enemigos de la ciencia. Porta no era un "mago negro" que hubiera pactado con Satanás sino un "mago blanco" que colocaba las leyes naturales al servicio de la humanidad al encontrar elementos químicos útiles para elevar la salud del hombre. Es un precursor de la ciencia aplicada. Sus investigaciones sobre óptica dieron como resultado la creación de la cámara oscura y probablemente también el telescopio; en química parece haber sido el primero en mostrar y de-mostrar como llevar a cabo la reducción de los óxidos y hacer los primeros medicamentos. Claro que por esto fue emplazado a Roma por el Papa Paulo III, quien Le prohibió seguir con sus investigaciones.
De igual manera ocurrió en Francia. En el año 1624 algunos químicos jóvenes practicaban en Paris el método experimental y realizaban claras de-mostraciones inductivas, rechazando los métodos anteriores y escolásticos; la facultad de teología se quejó de esto ante el Parlamento y éste prohibió las nuevas investigaciones físicas y químicas bajo muy severas penas,
En Italia se dió el siguiente caso. Aun después de que la creencia en la magia se había debilitado, persistía el temor a la ciencia. En 1657 sesionó por primera vez la Academia de Cimento, en Florencia, precedida por el príncipe Leopoldo de Medicis. Esta Academia estaba abierta a toda corriente de pensamiento y a todo tipo de conocimiento. Tenía como principio fundamental, el “repudio de todo favoritismo filosófico de secta, y la obligación, de estudiar la naturaleza a la pura luz del experimento". Las primeras investigaciones se hicieron conjuntamente sobre energía, luego se estudió el calor, la luz, el magnetismo, la electricidad, los proyectiles, la digestión y la incompresibilidad del agua, estudios que dejaron resultados muy positivos.
La Academia de Cimento, ya mencionada, llegó a ser una fortaleza de la ciencia y del pensamiento investigativo, es decir de la “episteme”, y una muestra de la importancia, por los resultados, de la aplicación del método científico y experimental que allí se trabajaba. Los partidarios del espíritu medieval (“doxa”) la sitiaron. Los escolásticos la denunciaron como irreligiosa. Leopoldo, el Rector) fue retenido en Roma. Diez años más la Academia se defendió como pudo, pero al fin se rindió: el matemático Borellí fue condenando a la mendicidad y su director, Oliva, tuvo que suicidarse.
De la misma manera, la notable Academia de Lincei, que investigaba sobre medicina, fue atacada por el papa Urbano VIII, y después insultada y vejada por el Papa Gregorio XVI. Avanzado ya el siglo, XIX, el Papa Pio IX, arrasó con ella y prohibió cualquier sesión de contenido científico.
VI
Se ha querido señalar aquí una pequeña crónica de lo que ha sido la lucha directa y abierta entre el espíritu científico (“episteme” y el saber del sentido común (“doxa”) y libresco que se presenta en su forma más elevada en el eclecticismo diletante que arrastra la razón científica siempre hacia atrás y ahora aliento del nuevo espíritu medieval. Es a la vez un llamado a la reflexión de quienes orientamos la formación de maestros y ejercemos el acto pedagógico, el cual debe ser entendido como acto investigativo y creador que, debe intentar el paso de la “doxa” a la “episteme”; que observa los fenómenos y los problemas de investigación y los aborda en su movilidad específica y logra que sean comprendidos desde el pre- concepto, desde la opinión o desde el sentido común, sin aventurar respuestas fijas y si bajo la pregunta siempre presente sobre lo mismo y lo distinto.
Desde esta perspectiva, llamo acto investigativo aquel que logra, racionalmente introducir una lógica capaz de propiciar el paso de la “doxa” a la “episteme” con la claridad y la sencillez de un espíritu no pervertido por dogmas y sí, abierto a la elaboración metodológica de conceptos y categorías propias de un investigador riguroso y serio.
Cuando en el acto pedagógico se cruza la barrera hacia la “episteme”, es cuando al mismo tiempo, recuperamos nuestra identidad como maestros-investigadores y nos reconocemos formadores del espíritu científico... y cuando también, por obra de lo mismo, gratuitamente se inicia la lucha contra los nuevos exorcistas del sentido común que afrentan al pensamiento investigativo y lo ven como algo que se improvisa desde la “doxa”.
VII
Se ha terminado, por ahora, esta crónica azarosa que trató de señalar, muy en resumen, la lucha entre el sentido común viciado (“DOXA”) y la de‑mostración científica (“EPISTEME”).
Digo, para terminar, que en cada uno de nosotros esta pugna se da todos los días. Lo más simple es afirmar sobre las cosas desde lo que todo el mundo dice en los marcos de la intuición, la “doxa” o el sentido común , para esto no se necesita argumentación alguna, ni siquiera una explicación, sobran los conceptas serios y las categoría probatorias. Otra cosa es cuando nos apoyamos en la “episteme” al elaborar marcos de referencia conceptuales y teóricos, cuando hacemos uso del pensamiento investigativo y de-mostramos que lo que decimos tiene “piso” y fortaleza lógica, con lo que afirmamos que somos profesionales en algo y dueños de una metodología para alcanzar los propósitos que dan solución a un problema real que permita mejorar la calidad de vida de las personas, sea cual fuere su condición de vida y de existencia.
Hacer investigación es, entonces, poner a prueba toda nuestra condición humana y ética, para que, desde nuestro lugar como personas profesionales en la sociedad, tenga algún sentido histórico, académico, social, educativo y político. Lo otro, es como lo dice Humberto Eco es caminar en reversa hacia el obscurantismo medieval, es hacerle puesto a la “doxa”, en donde no cabe el argumento ni el contra- argumento, no es posible la interpretación concertada, ni el diálogo, ni el respeto a la diferencia, ni el respeto a la dignidad ni siquiera a la vida. Que todo lo que afirmemos sea pleno de argumentos, que nos acompañe siempre la “episteme” para sostener nuestras de-mostraciones, el respeto a la diferencia, que todo nuestro inteligencia investigativa sea para el beneficio de la sociedad y para la conservación del ser humano como especie y del medio ambiente.
Bogotá, Mayo de 2008
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Bogotá. Colombia. 2014
[1] En el año 1278, se reunieron en asamblea en París las autoridades franciscanas para condenar definitivamente a R. Bacon. El padre General Jerónimo de Ascoli, más tarde Papa de la iglesia, lo envió a prisión. Duró 14 años preso, cuando tenía 80 años fue liberado. Murió a los 81 años.
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